Cuentos de Caza

Cuento para niños "De espera" (primera parte)


 El girasol, verde por el palo y las hojas y amarillo soleado en la torta, gemía cuando al atardecer, con la caída del sol, veía bajar del monte, silencioso, al solitario jabalí que se adentraba en la huerta del Sr. Pepino.

El girasol era testigo de cómo, en un abrir y cerrar de ojos, el jabalí ponía patas arriba todo el trabajo que el Sr. Pepino había hecho en la huerta durante el día.

Con su poderoso hocico escarbaba la tierra húmeda y sacaba las zanahorias que a punto estaban de ser recogidas y llevadas al mercado para su venta. Las patatas, los melones y sandías, ¡todo!, no dejaba un palmo de tierra sin remover o pisar. La verdad, destrozaba más que comía y esto así, no podía continuar. La familia del Sr. Pepino era muy humilde y vivían con lo que recogían del huerto y también de la venta de huevos, conejos y pollos que criaban durante todo el año.

¡Había que dar una solución a este problema!

El Sr. Pepino buscó ayuda entre sus vecinos y llegó a la conclusión de que lo mejor era pedir auxilio a D. Cartucho, ¡que era cazador! Así lo hizo y a la mañana siguiente, bien temprano, acudió en compañía de D. Cartucho a su fiel cita con el trabajo diario de la huerta y pudieron comprobar -una vez más- como el jabalí había dejado todo.

Manos a la obra con su vieja escopeta, se dispuso D. Cartucho –sentado sobre una piedra gorda- a esperar la llegada de aquel "devora huertas" ¡Y no se hizo de rogar! Apenas habían dejado de cantar los pájaros, desaparecido ya el sol y comenzaba a oscurecer cuando aparecía la luna brillando con fuerza y todo el paisaje, comenzó a llenarse de sombras… Y de repente, sin avisar,   junto al único girasol del huerto, como si fuera una planta más, ¡apareció el solitario jabalí!...r

Libro Cuentos de Caza

Del Cuento para niños "El abuelo"


...El abuelo Paco -que así se llamaba nuestro buen hombre- había sido y era un cazador que actuaba siempre con nobleza, con respeto hacia todo lo que le rodeaba: su perra, las piezas a las que daba caza, el campo y sus cosas. Le gustaba cazar en solitario, viendo cómo se movía la perra y teniéndola siempre cerca. Le daba a sus presas las oportunidades que merecían con tal de que su caza fuese verdadera y cuando había cobrado un par de piezas o tres, llamaba a Tula y se volvían a casa.

                   

 

El Furti -como conocían en el pueblo a Manuel- era, comparado con el abuelo Paco, exactamente lo contrario. Como el blanco y el negro o la noche y el día, en fin, eran opuestos. El Furti no era tan mayor como nos parecía. Su piel marcada por el sol, el frío y la lluvia de tantos y tantos días pasados en el campo reflejaba la dureza de una vida llevada, sin más cuidados, que el del agua fresca en la cara recién levantado. Este hombre salía al campo cuando le venía en gana, ...

Libro Más allá de la caza

Del Relato  "La Solana de Luciana"  (página 117)

N

... Dejo el zurrón, la silla y la funda a un par de metros de la tablilla y decido buscar un hueco entre el monte alto que tengo delante que me permita ver -un poco- la montería por la solana de enfrente. La altura y espesor del monte hacen del puesto algo bastante ciego. Veo una pequeña trocha entre la espesura que debe ser usada solo por los marranos dado que se adivina el túnel entre el espeso matorral. Al lado justo dejo el morral aprovechando una piedra gorda contra una mata de brezo y así evitar la tierra y el polvo del terreno tan seco que hay y es que la sequía este año empieza a dar muestras.

 

Deprisa y con el rifle preparado me tomo las dos naranjas que siempre llevo de merienda al puesto, ya son las doce y los perros están cazando, los tiros ya han empezado a oírse -incluso antes de la suelta- de tanto correr me llego a atragantar con el zumo de la naranja y es que las prisas y los nervios nunca son buenos.

 

Tengo calor, el sol aprieta y el aire no es suficiente como para hacer que me encuentre cómodo. Pasados tres cuartos de hora, decido quitarme el pantalón térmico que llevo encima y, tras hacer malabares, lo consigo. Me sobra el polar pero han aparecido nubes de tormenta y no me atrevo a quedarme solo en camisa. De vez en cuando, se cubre el sol y el viento nos recuerda que, a pesar de las apariencias, estamos en el mes de enero.

 

Los tiros se suceden y la cosa promete. En mi armada he visto el gesto de tirar un cochino al número seis. Dos tiros han sonado. No sé qué habrá hecho. De los demás, solo veo a Antonio y aún no ha tirado nadie. Llegan los perros a la solana de enfrente que está unida a nuestra ladera por el monte apretado de un suave barranco. La verdad, ¡qué mancha tan bella tenemos!, tiene la variedad vegetal y altura de monte de las buenas manchas y todo a pesar del excesivo pastoreo de cabras y las intermitentes sequías. Enebros, acebuches, chaparros, jaras, lentiscos, algún ejemplar de alcornoque, aulagas, romeros, cornicabras, etc., etc. Sólo le falta el agua para ser una gran finca. ¡Casi nada! pero la zona no es que sea precisamente húmeda.

 

Las rehalas las guía Álvaro, joven que disfruta haciendo bien las cosas y que siempre pone todo de su parte para que el resultado sea el mejor posible. Sabe andar entre el monte desde que era un crio y su profesor no fue otro que su padre, Félix "el manquillo", guarda de caza y persona que entiende el campo hasta de noche. Otro gran amigo. Lástima que también supere los ochenta. Álvaro no deja de estar pendiente de todas las rehalas que en su mano van y sus órdenes a unos y otros las puedo oír durante todo el paso por esta zona de la mancha. Cuando se produce un agarre allá que acude cuchillo en mano, con pasión, e intenta rematar el cochino antes que nadie; no es cazador y no lo hace por el trofeo que pueda tener, lo hace por afición, esa que no sobra. Disfruta el lance como pocos. ¡Ojalá podamos compartir su generosidad en el esfuerzo durante muchos años más! Gente como él son imprescindibles para llevar a cabo una buena montería.

Se alejan las rehalas y nuestra armada sigue sin resultados. Los perros continúan levantando reses y ya están cerca del final del recorrido de ida. En la “Traviesa de la Madroña” pararán y esperarán hasta que lleguen los perros que vienen por la otra mano. Se caza al tope con dos sueltas en puntos distintos. Después tendrán que volver por sus pasos.

 

Tras un tiempo de silencio, se oye un perrero animar a sus perros con el cochino que acaban de levantar, se van sumando canes a la ladra, parece no haber otro bicho al que perseguir en ese momento y el silencio ha quedado roto. El cochino se descuelga por el barranco abajo y si no toma los callejones podemos esperarle por aquí. Ya le oigo rompiendo monte, parece que viene decidido a pasar por mi puesto. Me preparo, asiento los pies, giro un poco mi cuerpo en dirección a la trocha que tengo delante, a unos tres metros. ¡Le veo!, ...

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