Con la CAZA a cuestas

Del relato "Rebeco en Riaño"  (página 152)

...

Y llovía, y llovía. Y la ropa empezaba a presentar las primeras señales de ahogamiento porque la postura, sentados, no era precisamente la mejor para evacuar o escurrir el agua. Hacía viento pero no tanto como la tarde anterior; lo peor era el agua en los prismáticos que impedía ver con nitidez el trofeo de un rebeco en la distancia. Al cabo de media hora regresó el rebeco de su viaje pero con la mala fortuna de hacerlo al mismo tiempo que otro macho, mucho más oscuro, y quizás con las mismas intenciones de procrear en aquel rebaño. Por supuesto que no lo iba a permitir el grande con lo que de nuevo lo perdimos mientras acosaba al intruso, desapareciendo ambos de nuestra vista. La larga espera me había dejado helada la mano derecha, ya sin guante desde que llegamos. La pierna del mismo lado la tenía con los pinchazos del hormigueo de haberse quedado dormida. Necesitaba moverme y había rebecos por todos lados, no podía. Aquello se estaba alargando más de la cuenta. Sin movernos demasiado, bastante empapados y con los prismáticos para pocas exigencias, vimos aparecer un rebeco que casi nos llevó al error. ¡Menos mal que no nos precipitamos! Como pudo, Federico volvió a montar el scope sobre el trípode donde yo apoyaba el rifle y salió rápido de dudas: aquel no era nuestro macho. ¡Uf, menos mal!

 

Volvió el macho quedando recortado sobre el horizonte. Iba y volvía de un lado al otro sin que pudiéramos tener la oportunidad siquiera de disparo. Lejos de impacientarme lo tomé con mucha tranquilidad esperando que nos diese la ocasión, pero no parecía que esta se fuese a presentar ya que volvió a desaparecer.

 

Pasaba el tiempo y aquello no tenía fin. Ante las nuevas dudas, más de lo mismo: calma y a esperar. Y, de nuevo, ahí lo teníamos, otra vez a la vista de nuestros empapados prismáticos.

-     ¡Ahí está, prepárate!

-     ¿Cuál es?, han aparecido dos a la vez. ¿Es el de arriba o el que estaba debajo? ...


Del relato "Una lobada"  (página 117)



... Me contaba que le tembló el cuerpo entero, como en sus primeros días de caza. La soledad, la noche, el viento frío, la luna y la presencia del lobo eran ingredientes suficientes como para que la adrenalina brotara por cada poro de su piel, recorriéndolo y sacudiéndolo como cuando solo era un mozo. Consciente de que el aire le favorecía y la distancia que los separaba lo permitía, abrió su trípode de tres varas de avellano unidas en el extremo por una tira de goma sacada de la vieja recámara de una bicicleta, de tiempos en los que todo servía para algo y todo se guardaba.

 

Con la serenidad que da la experiencia y del que sabe lo que se ha de hacer, posó el arma en la horquilla del rústico instrumento...

Con la CAZA  a cuestas
Contraportada libro Con la CAZA a cuestas
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